miércoles, 23 de mayo de 2007

Analfabetismo científico

Parece imposible para los políticos (que deberían irse y no se fueron) comprender que los logros de un país no pueden medirse con criterios basados exclusivamente en estadísticas, puntajes, parámetros macroeconómicos o campañas de imagen. Tampoco por los recursos obtenidos a partir de la exportación de mano de obra barata o la sobreexplotación de nuestros recursos naturales. Se mide por las obras, la creatividad y la capacidad de generar un nivel de vida digno para sus habitantes. No hay ninguna duda que existe una relación directa entre la inversión en ciencia y tecnología y el crecimiento económico y social de una nación. Países con condiciones de desarrollo inferiores a las de Argentina hace 30 años, exhiben hoy indicadores de desarrollo muy superiores. En el periodo 1970-2000 la inversión en ciencia y tecnología, como porcentaje del PIB, se multiplicó, por ejemplo, en México por 2, en Brasil por 4, en España por 5 y en Corea por 9. En el mismo periodo, el ingreso per cápita, medido en dólares, creció en México 3 veces, en Brasil 6, en España 7 y en Corea... 25 veces. Un dato aún más contundente es que mientras que Estados Unidos destina 960 dólares por habitante a la ciencia y tecnología y España 400 dólares, en México la cifra es de 20 dólares. La causa de la debacle argentina es una sola: el analfabetismo científico que invade su territorio, incluyendo, desgraciadamente, a sus gobernantes, diputados y senadores en las cámaras del Poder Legislativo, así como a líderes de la industria y de la iniciativa privada, al menos en cuanto a su falta de visión sobre el papel que la creación de conocimiento juega en la economía mundial hoy en día. El conocimiento requiere cultivarse, con paciencia y con una perspectiva de largo plazo. Es sin duda el bien más valioso en los tiempos que corren. La investigación y la educación superior son las columnas en que se sustenta el crecimiento y la independencia, aunque esto no sea evidente para la mayoría de la población. Las universidades no deben ser simples centros de instrucción o correas de transmisión de las ideas. Por definición, deben ser centros de producción de conocimiento que a su vez serán luego fuente de producción de bienes.

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